ADVIENTO Y REVELACIÓN
El Adviento es ese tiempo pedagógico, educativo al que la Iglesia se consagra antes de la Pascua de Navidad. Quienes alguna vez lo hemos vivido de manera plena y consciente, quedamos enganchados a él de por vida; al descubrir que se trata de hacer germinar la esperanza para acoger una enorme sorpresa inimaginable: el mismo Dios que se revela en la historia del hombre.
Antes de esto fue Dios contándose poco a poco en la historia de la humanidad haciéndola historia de salvación. Una historia que comienza en la creación y se desarrolla dinámicamente en la vida del Pueblo escogido. Revelación es una palabra que porta dentro de sí movimiento: Levantar el velo de lo que estaba escondido y no podía ser siquiera ser reconocido ni encontrado, se muestra, para volver luego a lo que es. La revelación de Dios no pone a Dios al descubierto totalmente al modo humano, sino que le pone al descubierto como Dios en su misterio y grandeza. Dios se muestra fuera de toda posesión, y nos deja su Palabra Encarnada como el único camino por el que poder encontrarlo. Como Padre, sabe alejarse para dar espacio sin desentenderse, vinculado para siempre en nuestra vida, nuestra vocación y misión.
Por eso decimos que Dios se muestra en la historia. Porque no es una piedra preciosa que podemos colgar del cuello, ni un aplicativo móvil que manejamos desde el celular. Por eso la revelación no se da a una persona, sino a una comunidad que puede dialogar entre sí y con Dios. La revelación es más el encuentro con el Dios vivo y verdadero que una verdad dogmática y teológica absoluta. Es más, en la revelación de Dios, con toda su verdad, el creyente reconoce la bondad y grandeza de Dios que se hace pequeño y audible como primer paso. Que se hace Hombre para hablar en lenguaje de hombre. No hay mucho más en el creyente que eso, no hay mucho que el toque y lo que la provocación que esa Bondad y Vida han despertado. A unos los lleva por un lado, a otros por otro. Pero es indiscutible cuanto de personal tiene.
La gloria de Dios es que el hombre viva y lo haga en plenitud. Tanto nos amó el Señor que quiso enviar a su Hijo en nuestra propia carne, como uno de nosotros. Él acortó las distancias que parecían insalvables. La Tierra se hizo cielo para que el hombre conociera cara a cara a Dios.
Los bautizados debemos vivir esta nuestra espiritualidad de sentirnos profundamente Pueblo de Dios, de ese Dios que se hace hombre para salvarnos y perdonarnos de nuestras mediocridades, de ese mal que nos impide verle, de la muerte definitiva y devolvernos la Alegría y la Esperanza.
Si queremos ser testigos de la Esperanza, debemos vivir junto a María la ilusión de la espera, tras ese Sí humilde, pero comprometido ante el primer anuncio de la Navidad. Y, hacerlo, como Ella, en la contemplación callada de la Palabra de Dios, asumiendo la Gracia como parte de su vida y compartiéndola a manos llenas a pesar de la incredulidad, la duda y la desconfianza.
Los santos vivían con intensidad esta espera junto a María en sus momentos de oración y en la eucaristía, donde veían renovado el gran milagro de la Encarnación del Verbo y se llenaban de ese Amor contagioso que necesitaba también dar a manos llenas. Y nosotros estamos llamados a vivir la santidad en la rutina de cada día: familia, trabajo, preocupaciones, los laicos debemos ser y sentirnos servidores del proyecto del Reino de Dios que se inaugura con el anuncio de la encarnación. Contemplar y dar lo contemplado en la oración, y también mostrar a los hombres, nuestros hermanos, el verdadero rostro de Dios que nace cada día, en su rutina, en el corazón de todos es nuestra misión.
Porque es verdad, Dios nace en nosotros cada día, en cada momento, aunque la Iglesia nos proponga un tiempo determinado para hacerlo más clarividente a través de la meditación de la Palabra y de la celebración eucarística. El Dios Omnipotente, Creador de todo lo que existe, se hace hombre como nosotros. Es la gran Alegría, el gran Misterio, pero también la gran Esperanza de la humanidad.
La Navidad siempre será el gran momento de Dios y también del hombre. Dios se hace solidario con nosotros, con nuestras esperanzas, con nuestros sufrimientos. Tendríamos que hacernos conscientes de esta gran novedad y mostrarnos agradecidos, pero a la vez comprometidos con esta iniciativa de Dios, porque Él quiere contar con nosotros para nacer más allá de las fiestas y celebraciones. Quiere nuestro sí. Lo espera todas las noches de nuestra vida. Sólo así celebraremos una auténtica Navidad.
Cristo los ama y yo también.
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