Is 58, 9b-14 : PRACTICAR LA MISERICORDIA
Si eliminas de ti todos los yugos, el gesto amenazador y la palabra maligna; si ofreces tu pan al hambriento y sacias al que vive en la penuria, tu luz se alzará en las tinieblas y tu oscuridad será como el mediodía. El Señor te guiará incesantemente, te saciará en los ardores del desierto y llenará tus huesos de vigor; tú serás como un jardín bien regado, como una vertiente de agua, cuyas aguas nunca se agotan. Reconstruirás las ruinas antiguas, restaurarás los cimientos seculares, y te llamarán "Reparador de brechas", "Restaurador de moradas en ruinas". Si dejas de pisotear el sábado, de hacer tus negocios en mi día santo; si llamas al sábado "Delicioso" y al día santo del Señor "Honorable"; si lo honras absteniéndote de traficar, de entregarte a tus negocios y de hablar ociosamente, entonces te deleitarás en el Señor; yo te haré cabalgar sobre las alturas del país y te alimentaré con la herencia de tu padre Jacob, porque ha hablado la boca del Señor. (Is 58, 9b-14).
Continuando en la tónica de las prácticas penitenciales a las que se nos llama en el tiempo de Cuaresma. Este pasaje que leemos hoy nos evoca aquel del profeta Oseas: “Porque yo quiero amor y no sacrificios, conocimiento de Dios más que holocaustos (6,6)”. Jesús se hará eco de este pasaje en Mt 12,7: “Si hubieran comprendido lo que significa: Misericordia quiero y no sacrificio”.
Nos encontramos aquí una vez más ante el imperativo del amor que constituye el fundamento y el objeto del mensaje de Jesús. Jesús nos está invitando a ayunar de todas las cosas que nos apartan de Él, de todo sentimiento o actitud que nos aparte de nuestros hermanos, pues “cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo” (Mt 25,40).
Por eso, cada vez que nos despojamos de todo sentimiento y actitud negativos contra nuestro prójimo, cada vez que “partimos nuestro pan” con el hambriento, nuestra luz “brillará en las tinieblas” (Cfr. Mt 5,15; Lc 11,33), y “el Señor en el desierto saciará nuestra hambre”. Cuando hablamos de partir nuestro pan con el hambriento, no se trata solo de saciar su hambre corporal, implica también compartir nuestro tiempo, brindar consuelo y apoyo al necesitado, y enseñar al que no sabe. Entonces Él saciará nuestra hambre de Él mismo en el desierto de nuestras vidas.
El profeta recoge algunas formas de proceder que manifiestan una auténtica penitencia, fuente de luz y de alegría para quienes la practican. Con las obras de caridad hacia los demás hombres, nuestros hermanos, el cristiano sale, por la abnegación, de su egoísmo, y ésta es la mejor conversión, la penitencia que agrada a Dios. No son sólo obras de caridad las materiales, como la limosna, la ayuda en la enfermedad y la ancianidad, sino todas las que derivan del amor, como la disponibilidad, el servicio y la entrega. Tenemos múltiples ocasiones para ejercitar estas consignas en la vida de cada día. Sería mucho más cómodo que las lecturas nos invitaran sólo a rezar más o a hacer alguna limosna extra. Pero nos piden actitudes de caridad fraterna, que cuestan mucho más.
Que tu gesto no sea nunca una amenaza, ni tus palabras expresen maldades... Comparte tu pan con el hambriento... Colma los deseos del desgraciado.
Como ayer, esas son unas sugerencias muy concretas que pueden ayudarnos en el esfuerzo que la cuaresma nos pide: poner suavidad y bondad en todas nuestras relaciones... estar atentos a los deseos de los demás... y a las necesidades de los desgraciados para hacerles más felices...
Pregúntate : ¿A quién puedo dar una alegría? ¿Quién espera algo de mí, a mi alrededor?
-Evita viajar en el día del «Sábado»... Evitar tratar de negocios en mi día Santo... Haz del «Sábado» tus delicias... Respeta el día consagrado al Señor.
Esas son también unas sugerencias muy precisas para una cuaresma: Valorizar a fondo nuestros «¡domingos!» -que han reemplazado el sabbat. Dedicar un tiempo a la reflexión y a la oración. Olvidar un poco nuestras preocupaciones, nuestros asuntos, demasiado humanos para considerar los asuntos de Dios. Vida y oración deben ir siempre de la mano. La cuaresma como «viaje de regreso a Dios» es un tiempo propicio para potenciar nuestra oración. La cual nos lleva a esa intimidad con el Padre, que no solo escucha nuestra oración, sino que nos atrae a su corazón para conformarnos según su misericordia y perdón
¿No debiera yo aprovechar ese tiempo de cuaresma para reconsiderar cómo paso mis domingos?. ¿Son éstos un tiempo «fuerte» de mi vida cristiana y de mi vida familiar? ¿Practico el «deber de sentarme» del que habla el evangelio (Lc 14, 28). Me detengo a reflexionar, a leer, a rezar?
¿Aprovecho el domingo para dedicarlo a los que amo: mi familia, mis amigos, Dios? ¿Es la misa del domingo el núcleo y centro de toda mi semana? ¿Procuro asimilar la Palabra de Dios? ¿De mi misal o de la Hoja dominical repaso los textos de la misa del domingo? ¿Soy puntual? ¿Mi misa es un encuentro con Dios, un escuchar a Dios, una comunicación con El? ¿Es la cumbre de mi vida humana? Mi conducta, mis compromisos de toda la semana ¿quedan iluminados por mi misa dominical?
Entonces, encontrarás tu «alegría» en el Señor... Serás como huerto bien regado... Como un manantial... Levantarás las ruinas... Edificarás.
Imágenes de expansión y de felicidad, de fecundidad y de vida entorno Siempre a la misma idea: Dios no quiere el esfuerzo y el sacrificio por sí mismos. Dios quiere el sacrificio para el gozo y la alegría
Ayúdanos, Señor a considerar la renuncia y la conversión siempre de ese modo: positivamente. Que me sacrifique durante la cuaresma, pero sin amargura, sin una tristeza y siempre libremente.
La Iglesia nos llama a la conversión durante la Cuaresma. Y la lectura de hoy nos da la fórmula. Fijemos nuestros ojos en la mirada amorosa de Jesús, y abramos nuestros corazones a Su amor incondicional. ¿Quién puede resistirse?
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