CARGAR LA CRUZ
Evangelio según San Lucas 9,22-25
"El Hijo del hombre, les dijo, debe sufrir mucho, ser rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser condenado a muerte y resucitar al tercer día". Después dijo a todos: "El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz cada día y me siga. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá y el que pierda su vida por mí, la salvará. ¿De qué le servirá al hombre ganar el mundo entero, si pierde y arruina su vida?"
Palabra de Dios
Para entender mejor este texto, vale la pena recordar lo que Lucas nos presenta en los versículos que le preceden (Lc 9,18-21). Leemos ahí la llamada “confesión de fe de Pedro”, en la que el apóstol confiesa a Jesús como el Mesías, es decir, el Cristo, el ungido. El texto que reflexionamos hoy nos viene a aclarar de qué mesías se trata. Jesús habla explícitamente de padecimiento, rechazo y muerte, a manos de las autoridades religiosas judías. No se trata de un mesías triunfante, que va a restaurar el reino de Israel, como esperaban muchas personas, se trata más bien de un condenado a muerte y martirizado, al estilo del “Siervo sufriente” (Is 42,1-9; 52,13-53,12).
Queridos hermanos y hermanas, hemos comenzado a vivir la Cuaresma, ese tiempo fuerte, litúrgico de la vida de la Iglesia que nos actualiza junto al tiempo Pascual los misterios centrales de la religión cristiana: Pasión, Muerte y la Resurrección de Jesucristo. Es decir, nuestra Salvación, porque para eso envió el Padre a Su Hijo, para darnos vida y vida plena, para salvarnos, por la entrega generosa de Jesús, ofreciendo su vida en la Cruz y resucitando al tercer día. Es esta verdad la que en el Evangelio de hoy, Jesús confía a los discípulos. Los discípulos empezaban a observar en el seguimiento de Jesús que mientras iba predicando las bienaventuranzas, haciendo el bien a muchos y ayudando a los pobres, sin embargo, al mismo tiempo algunos lo rechazaban, lo creían un embustero un usurpador del nombre de Dios, por eso les dijo que el Hijo del hombre debe sufrir mucho, ser rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes, los escribas, ser condenado a muerte y resucitar al tercer día.
Sabemos por los Evangelios, que los discípulos de Jesús se habrían visto tentados, influidos por las expectativas de sus amigos judíos, a aceptar la posibilidad de que su maestro inaugurara un nuevo poder político nacional. Y, en otro Evangelio, Pedro es denunciado abiertamente por Jesús por tratar de apartarlo del camino, totalmente inesperado, de sufrimiento que ahí se anunciaba (haciendo referencia a las personas condenadas, que a menudo se veían forzadas a cargar con sus propias vigas para la ejecución). Por eso, tendemos a catalogar en nuestras mentes el pasaje de hoy como simplemente una profecía del sufrimiento. Conviene que nos preguntemos cuál es la imagen que tenemos nosotros cuando confesamos a Jesús como Cristo. ¿Un mesías triunfante? ¿un siervo sufriente? Jesús en este Evangelio deja bien claro que para él no hay medias tientas: la invitación es a negarse a sí mismo y a tomar la cruz para seguirle
El discípulo se va haciendo uno con Su Maestro y Señor, es a lo que nos llama Jesús a identificarnos con Él, a tener su propia vida, por eso nos pone en guardia y nos va formando hoy con esos principios que no son teorías, sino con la misma vida de Jesucristo. Cuando el nos dice, el que quiera venir detrás de mi que renuncie así mismo, cargue con su cruz día tras día, y me siga, sabemos por el Evangelio como el siguió la Voluntad del Padre, como su vida era un permanente servicio a los hermanos y como fue decididamente hacia Jerusalén a dar la vida hasta la muerte y muerte de cruz. Nos invita a cargar la cruz de cada día, porque Él primero la cargó sobre sus hombros y la asumió por amor a todos nosotros.
La cruz es consecuencia del compromiso libremente asumido de revelar la Buena Nueva de que Dios es Padre y que, por tanto, todos y todas deben ser aceptados y tratados como hermanos y hermanas. De ahí la tentación de crearnos un Jesús “light”, un mesías glorioso que no exige más que eterna adoración sin implicancias políticas, económicas o ideológicas. El estilo cristiano, sin cruz no es cristiano, y si la cruz es una cruz sin Jesús, no es cristiana. El estilo cristiano toma la cruz con Jesús y va adelante. No sin cruz, no sin Jesús.
Amigos, con la Cuaresma, que hemos empezado a recorrer, acompañamos a Jesús una vez más, el camino hacia la paz, hacia la vida plena, la que da sentido definitivo a nuestra existencia.
La gente pobre, humilde y sencilla lo vive cada día, es el pueblo peregrino que camina en esta historia de país, de Latinoamérica, de Historia de Salvación, es la fe de nuestro pueblo que no quiere salvar vidas dejando de lado o humillando a los hermanos, que sabe que el mundo no se gana con exitismo o vida fácil, sino del sacrificio con el que tantos se levantan de madrugada y mientras sus hijos duermen salen temprano viajando a veces como ganado, a ganarse el pan con sudor y honestidad, dándole a los niños y a los ancianos lo mejor de sus vidas. Saben que la vida no se salva en la competencia despiadada, que suele dejar de lado a muchos como sobrantes de la sociedad, que dicen estar orgulloso de formar.
Quien quiera salvar la propia vida, la perderá – dice Jesús en el Evangelio de hoy – porque si el grano no muere, no puede dar fruto. Y esto, con alegría, porque la alegría nos la da Él mismo.
Seguir a Jesús es alegría, pero seguir a Jesús con el estilo de Jesús, no con el estilo del mundo. Seguir el estilo cristiano significa recorrer el camino del Señor, cada uno como pueda, para dar vida a los demás, no para dar vida a sí mismo. Es el espíritu de la generosidad.
Nuestro egoísmo nos empuja a querer parecer importantes ante los demás. En cambio, el libro de la Imitación de Cristo nos da un consejo bellísimo: “Ama no ser conocido y ser juzgado como nada”. Es la humildad cristiana, aquello que Jesús fue el primero en practicar.
Y esta es nuestra alegría, y esta es nuestra fecundidad: ir con Jesús. Otras alegrías no son fecundas; sólo piensan – como dice el Señor – en ganar el mundo entero, pero al final pierden y arruinan la vida.
Al inicio de la Cuaresma pidamos al Señor que nos enseñe un poco este estilo cristiano de servicio, de alegría, de humillación de nosotros mismos y de fecundidad con Él, como Él la quiere.
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