SOLEMNIDAD DE TODOS LOS SANTOS


Apocalipsis 7, 2-4. 9-14: “Vi una muchedumbre tan grande, que nadie podía contarla. Eran individuos de todas las naciones y razas, de todos los pueblos y lenguas”.

Hoy, primero de noviembre se celebra la fiesta de Todos los Santos. Para toda la Iglesia es una gran celebración porque hay gran fiesta en el cielo. Para nosotros es una gran oportunidad de agradecer todos los beneficios, todas las gracias que Dios ha derramado en personas que han vivido en esta tierra y que han sido como nosotros, con las mismas debilidades, y con las fortalezas que vienen del mismo Dios. Celebremos este día con un corazón agradecido, porque Dios ha estado grande con nosotros y estamos alegres.

La visión del Apocalipsis y el Evangelio de las Bienaventuranzas, son dos pilares sobre los que descansa la liturgia de esta fiesta. La enorme muchedumbre de los redimidos, descrita en el Apocalipsis, es a la vez una realidad presente, aunque invisible, y un futuro en pos del cual caminamos. El Evangelio de las Bienaventuranzas, nos señala el camino que hay qué seguir: “Dichosos los limpios de corazón, porque verán a Dios”. San Juan hace, en su primera Carta, un lazo de unión entre estas dos lecturas. Afirma nuestro presente: “ahora somos hijos de Dios”; y, predice el futuro: “lo veremos, tal cual es”.

Los santos que la liturgia celebra en esta solemnidad no son sólo aquellos canonizados por la Iglesia y que se mencionan en nuestros calendarios. Son todos los salvados que forman la Jerusalén celeste. Hablando de los santos, San Bernardo decía: «No seamos perezosos en imitar a quienes estamos felices de celebrar». Es por lo tanto la ocasión ideal para reflexionar en la «llamada universal de todos los cristianos a la santidad».

Sed, pues, perfectos como vuestro Padre del cielo es perfecto. (Mt 5, 48). Los santos no son héroes, sino gente común que, en su debilidad, imitan a Jesús al dar sus vidas, por la gracia de Dios. Es el amor el que tiene el poder de transformar a cualquier hombre y hacerlo santo.

Hoy es un buen día para reflexionar todo el bien espiritual y material que por intercesión de los santos hemos obtenido y tenemos hasta el día de hoy, pues los santos que desearon la Gloria de Dios desde aquí en la tierra lo siguen deseando en la visión beatifica, y comparten el mismo deseo de Nuestro Señor Jesucristo de que todos los hombres se salven, que todos los hombres glorifiquen a Nuestro Señor.

La propuesta y la lógica de Jesús va contra la propuesta y la lógica del mundo. “Ser santo” era el anhelo y el sueño que se trataba de grabar en el corazón de los pequeños y los jóvenes de hace ya algunos años. Quizás en nuestro mundo ya no se escuche este anhelo. Y sin embargo ésta sigue siendo la propuesta seria de Jesús. No se trata de esa santidad estirada, fría y a veces hasta inhumana, con que se acostumbra presentar a muchos de los santos.

La  invitación de Jesús a ser santos tiene mucho que ver con la vida diaria, con el compromiso con los hermanos y con la verdadera felicidad. Ser santo es alegría, dinamismo y fuerza en la búsqueda de la verdad.  dejando de lado la felicidad como era presentada con frecuencia en el Antiguo Testamento que unía una vida justa con riquezas, salud y larga vida, en las bienaventuranzas, Cristo nos presenta nuevas pistas que conducen a la verdadera felicidad.

Las Bienaventuranzas declaran dichosas a personas consideradas, de ordinario, malditas o desgraciadas. La primera de ellas resume en cierta manera a las demás: “Dichosos los pobres de espíritu”, o sea,  los que han puesto su confianza en el Señor.

ser santo hoy es vivir plenamente las Bienaventuranzas que nos propone Jesús. Esto lo ha expresado de muchas maneras y enfáticamente el Papa Francisco en “Gaudete et exultate”,  proponiendo una santidad cercana, de casa, pero llena de la presencia de Dios.  en las Bienaventuranzas aparece claro que Dios es muy cercano al hombre, al que sufre, a los que tienen hambre y sed de justicia, a los que lloran y son despreciados.    Convertirse en santos es posible siguiendo la gran regla que Jesús nos dejó y que encontramos en el Evangelio de Mateo. El Papa Francisco escribe: "Si buscamos esa santidad que es agradable a los ojos de Dios, en este texto encontramos precisamente una regla de comportamiento por la cual seremos juzgados: Tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me acogisteis, desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, estuve en la cárcel y vinisteis a visitarme (Mt 25, 35-36).


Ha de alentarnos a imitar a los Santos el considerar que ellos eran tan débiles como nosotros y sujetos a las mismas pasiones; que, fortalecidos con la divina gracia, se hicieron santos por los medios que también nosotros podemos emplear, y que por los méritos de Jesucristo se nos ha prometido la misma gloria que ellos gozan en el cielo.

Es importante en este día tan importante para toda la Iglesia detenernos a pensar en todo el bien que Dios ha dado a la humanidad por medio de tantos hombres y mujeres que fieles a la voluntad de Dios, fieles a su amor fueron testigos del Reino del Señor. La cantidad de santos, santas y mártires que dejaron una huella tan profunda en su paso por esta tierra que ni el tiempo ni los cambios de generaciones han podido borrar. Y si decimos que es de todos los Santos es porque también celebramos a tantos Santos y Mártires que Dios a querido tener en el anonimato, y que nosotros no conocemos por su nombre pero sabemos por la fe que están dando gloria a Dios.

S.S. Bene
dicto XVI observó: "Esta fiesta nos hace reflexionar sobre el doble horizonte de la humanidad, que expresamos simbólicamente con las palabras "tierra" y "cielo": la tierra representa el viaje histórico, el cielo la eternidad, la plenitud de la vida en Dios. Y así esta fiesta nos hace pensar en la Iglesia en su doble dimensión: la Iglesia en camino en el tiempo y la que celebra la fiesta sin fin, la Jerusalén celestial. Estas dos dimensiones están unidas por la realidad de la "comunión de los santos": una realidad que comienza aquí en la tierra y llega a su cumplimiento en el Cielo" (Ángelus, 1 de noviembre de 2012).

Celebremos con gozo este día, y pidámosle a Dios Nuestro Señor nos conceda disfrutar en esta tierra de la protección de sus santos y que un día nos conceda estar con ellos para glorificarlo en su eternidad.  Que Santa María Reina de los santos nos conceda la alegría de servir con humildad a Dios esta tierra para verle y gozarle en la vida eterna.


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