DEL PAN MATERIAL AL PAN DE VIDA

 




"Jesús los acogió y volvió a hablarles del Reino de Dios mientras devolvía la salud a los que necesitaban ser atendidos. El día comenzaba a declinar. Los Doce se acercaron para decirle: «Despide a la gente para que se busquen alojamiento y comida en las aldeas y pueblecitos de los alrededores, porque aquí estamos lejos de todo.» Jesús les contestó: «Denles ustedes mismos de comer.» Ellos dijeron: «No tenemos más que cinco panes y dos pescados. ¿O desearías, tal vez, que vayamos nosotros a comprar alimentos para todo este gentío?» .De hecho había unos cinco mil hombres. Pero Jesús dijo a sus discípulos: «Hagan sentar a la gente en grupos de cincuenta.» .Así lo hicieron los discípulos, y todos se sentaron. .Jesús entonces tomó los cinco panes y los dos pescados, levantó los ojos al cielo, pronunció la bendición, los partió y se los entregó a sus discípulos para que los distribuyeran a la gente.. Todos comieron hasta saciarse. Después se recogieron los pedazos que habían sobrado, y llenaron doce canastos".  (Lucas 9, 11b-17)

El texto evangélico, con el que entramos en la meditación de hoy, narra una de las versiones (la de San Lucas, en este caso) del milagro de la multiplicación de los panes y los peces. Milagro, que especialmente en el Evangelio de San Juan, quiere destacar el milagro más grande aún de la institución de la Eucaristía.

¿Dónde podremos comprar pan para que coman estos? Esa pregunta sigue resonando hoy. Según las estadísticas de la FAO de hace un par de años, más de 800 millones de personas en el mundo sufren hambre y desnutrición. 11 de cada 100 se encuentran en esta grave situación. 24.000 mueren cada día por causa del hambre, el 75% de ellas menores de 5 años. Situación que seguramente se ha agravado con ésta crisis de salud y económica. Se han venido haciendo esfuerzos para reducir la magnitud del problema, es verdad, pero aún falta mucho para remediar esta tragedia del hambre que duele y avergüenza. Ante esta situación, el mensaje del Evangelio es un llamado a compartir. Mientras el mal uso que se hace de los recursos naturales –como nos lo ha dicho el Papa Francisco en su Encíclica Laudato Si’ sobre “El cuidado de la casa común”– siga haciendo que tales recursos sean cada vez más escasos, y mientras no esté dispuesto cada cual a contribuir al cuidado de la naturaleza y a compartir la mesa de la creación con los demás, la pregunta de Jesús seguirá impactando en nuestros oídos llamándonos a reflexión y, sobre todo, a ver cómo respondemos.

La respuesta que dan los apóstoles a la pregunta de Jesús, abre el camino a la solución del problema, como Jesús lo enseñará, dicen: Aquí hay cinco panes  y dos pescados secos, pero ¿qué es esto para tantos? Querrían demostrar su amor repartiendo lo que hay, pero ven que no es suficiente. Esta condición de escasez - desproporcionado para la magnitud del problema-  se representa a la comunidad en su impotencia para resolver el problema del hambre; pero aunque se tenga poco, hay que repartirlo. Es lo que enseña Jesús: dar de lo que se tiene. El resto lo hará Jesús y habrá de sobra

Viene entonces lo central del relato. Jesús pronuncia la acción de gracias. Dar gracias es reconocer que algo que se posee es gracia recibida de Dios. La comunidad de Jesús da gracias por el pan, “fruto de la tierra y del trabajo humano, que recibimos de tu generosidad”. Se podría decir que el signo (visto en profundidad) son los bienes de la creación liberados del egoísmo humano, que alcanzan para el sustento de todos. El milagro es el amor de Dios y de nosotros: el compartir lo que soy y lo que tengo.

Por todo eso, el signo de los panes tiene un gran simbolismo, que Jesús explicará en su largo discurso sobre el Pan de Vida (Jn 6, 22-59). Jesús proporciona el pan material e invita a pensar en el pan que da vida eterna, que es su cuerpo, su vida entregada por nuestra salvación.

Jesús distribuye el pan. Se puso a repartirlos; “los repartes entre nosotros”, decimos en la Eucaristía. Con su actitud de distribuir el pan, Jesús prefigura la entrega de su vida (Pan de vida, 6,51s y lavatorio de los pies, 13,5), que se actualizará en la celebración de la Eucaristía. En ella celebramos la generosidad de Dios a través de su Hijo, que, en la comunidad multiplica lo que ésta posee para que todos tengan vida.

El sacramento de la Eucaristía es el centro de la práctica de la vida cristiana, porque en él se nos entrega Jesucristo, realmente, aunque oculto tras la apariencia de pan y de vino. Jesucristo mismo destacó la importancia fundamental de la Eucaristía cuando, al anunciar su institución, nos dice: “Les aseguro que si ustedes no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no tendrán vida. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna; y yo lo resucitaré en el día último. Porque mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, vive unido a mí, y yo vivo unido a él”. (Jn 6, 53-56).

Frecuentar la participación en la Eucaristía, tener hambre y sed de Jesús en la Eucaristía (no contentarse con la sola misa de cada domingo), debe ser lo central que busquemos en nuestra práctica de vida cristiana.

En la Eucaristía se compendian todos los dones que Jesucristo viene a darnos, al ofrecernos la salvación. Su mensaje, su entrega, la redención en la Cruz, la comunicación de la vida de la gracia (la nueva vida), todo eso se compendia en la Eucaristía. Y además expresa en su forma y en su fondo el nuevo pacto, la Nueva Alianza que Dios quiere establecer con los hombres, y que había sido prefigurada en las diversas alianzas del Antiguo Testamento, en toda la Historia de la Salvación, y especialmente en el pacto que Dios establece con su pueblo después de salvarlos de la esclavitud de Egipto.

Ese pacto que hace Dios con el pueblo salvado de la esclavitud contenía tres elementos centrales: el compromiso de Dios de tener al pueblo judío como su pueblo particular, el compromiso del pueblo de acoger y cumplir los mandamientos, y el sacrificio del cordero, expresión de todo esto. La Madre Teresa dijo sobre Jesús:” Él nos usa para ser su amor y compasión en el mundo, a pesar de nuestras debilidades y fragilidades”

Estos tres elementos llevados a su plenitud, los pone de relieve Jesús al establecer la Eucaristía en la Cena del Jueves Santo: Dios se compromete con el nuevo Pueblo, universal, que abarca todas las naciones sin exclusivismos geográficos, o étnicos. Es el pueblo de todos los creyentes pertenecientes a todas las culturas, del mundo entero. Y a todos estos, especialmente convocados en la Eucaristía, Dios los recibe, no sólo como su pueblo, sino como su familia, como sus hijos; por eso es tan apropiado que recemos el Padre Nuestro en la Eucaristía. En segundo lugar, como en la Antigua Alianza, el pueblo, o sea los creyentes, se comprometen a cumplir la ley. Ya no se trata simplemente de legalismos, sino de la entrega del corazón, de la búsqueda de la voluntad de Dios en la vida, del mandamiento del amor. La novedad de este pacto está contenida en la afirmación de Jesús: “Ustedes serán mis discípulos si se aman unos a otros”; esta es la condición para pertenecer a su pueblo nuevo; por eso ese gesto  hermoso del hecho de darnos la paz; supone reemplazar un simple cumplimiento de preceptos, por la entrega total del amor: el cristianismo debe hacernos generosos.

Y todo esto se hace mediante el sacrificio del Cordero de Dios, que sustituye para siempre todos los sacrificios antiguos, y que queda como el único sacrificio agradable a Dios; sacrificio que es a la vez fiesta, celebración de la salvación, comida de amistad. Y con esto también nos da un mensaje para que nuestra vida sea fiesta, amistad, comunidad y sacrificio, por Cristo y por los hermanos.

Y es que la Eucaristía debería transformarnos; tener la alegría de haber sido salvados, y por tanto vivir el optimismo cristiano toda la vida. Debería impulsarnos a sacrificarnos (o sea entregar a Cristo y a los hermanos lo mejor de nosotros), en fin a ser amigos, porque la Eucaristía nos debe hacer amigos.

Siempre, y de forma especial en estos tiempos de crisis, la Eucaristía debe llevarnos a trabajar por el bien común, por compartir nuestro tiempo y nuestros bienes con aquellos que carecen de lo  más elemental, trabajo, comida y vivienda. Muchos podemos decir que leemos la palabra de Dios, que hacemos intensas jornadas de oración y que predicamos al mundo entero con énfasis no igualado, pero esta acción estará  vacía  de contenido si después nos olvidamos de acompañar a los más necesitados: aquellos que viven la enfermedad, la soledad de la ancianidad, el maltrato en sus más variadas formas y todo lo que atente contra la dignidad del ser humano, creado a imagen y semejanza de Dios, mi hermano. Cristo los ama y yo también.


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