En aquel tiempo, Jesús dijo: "¿Con qué podré comparar a esta gente? Es semejante a los niños que se sientan en las plazas y se vuelven a sus compañeros para gritarles: ‘Tocamos la flauta y no han bailado; cantamos canciones tristes y no han llorado’. Porque vino Juan, que ni comía ni bebía, y dijeron: `Tiene un demonio’. Viene el Hijo del hombre, y dicen: `Ése es un glotón y un borracho, amigo de publicanos y gente de mal vivir’. Pero la sabiduría de Dios se justifica a sí misma por sus obras". (Mt 11, 16-19)
"Semejantes a los niños que se sientan en las plazas", afirma Jesús en alusión a un juego infantil judío, que consistía en representar con música de flauta una fiesta de bodas y un duelo o un entierro; si la música era festiva, de bodas, había que bailar; si era triste, de duelo, había que fingir el llanto. Los contemporáneos de Jesús, cuando había que llorar, reían; y cuando hay que alegrarse, se lamentan.
Por eso, nuestro Señor reprende a sus interlocutores porque no han aceptado el mensaje de salvación ofrecido por Dios a través de Él y de Juan Bautista. El lenguaje de Juan les pareció duro, intransigente, y lo consideraron un loco y un endemoniado; el lenguaje de Jesús, en cambio, que les ofrece la alegría del reino de Dios y la buena noticia de la misericordia, lo consideran blando y relajado. Vino Juan con su porte austero y su exhortación a la conversión moral, a la práctica de la justicia y a la penitencia, y se rieron de él, lo consideraron un espectáculo de diversión. Oyen de labios de Jesús la alegre noticia de la venida del reino de Dios, el mensaje del amor que salva, y se molestan, exigen un Dios severo y exigente.
Por esta actitud tan contradictoria de sus oyentes, Jesús los compara, no a los niños de quienes afirma es el reino de los cielos, sino a los niños caprichosos que intentan afirmar su independencia obrando en contra del parecer de los demás y del propio Salvador.
¿Cuántas veces nos pasa que actuamos tal como el Señor describe en este pasaje?. Nos resistimos a aceptar la realidad y ya sabemos que no hay peor sordo que el que no quiere oír. Somos difíciles de contentar, porque muchas veces estamos buscando el resquicio que nos permita evadir las exigencias que Jesús formula. Nuestro proceder, lejos de ser racional, es caprichoso, exactamente como el del niño aquél que no se contenta con nada, porque en realidad no sabe lo que quiere. Nos hace falta madurez espiritual para. aplicar nuestros sentidos y escuchar lo que el Señor nos manda, para razonar sensatamente, teniendo en cuenta que quien nos lanza esta propuesta es nada menos que Jesucristo, el Hijo de Dios.
Tomar una decisión correcta y mantenernos con toda firmeza en ella, como corresponde a una persona adulta, inteligente y madura no siempre es fácil. Lamentablemente no ocurre así, no porque el mensaje no sea claro, sino porque no queremos arriesgarnos; no queremos complicarnos; no queremos incomodarnos. Queremos tenerlo todo, sin renunciar a nada. Queremos mantener la amistad o el amor, prescindiendo de estar presentes allí cuando más nos necesitan. Decimos que hemos decidido seguirlo, pero en la práctica hacemos otra cosa. Luego pretendemos justificarnos con una falta de comprensión, cuando en realidad lo que ocurre es que caprichosamente no queremos hacer lo que el Señor nos manda, porque ello exige ciertos sacrificios, ciertos desprendimientos que –la verdad-, no estamos dispuestos a realizar. Seamos sinceros y reconozcamos lo que está pasando y no andemos con rodeos, que al Señor no lo podemos engañar.
Si nuestro corazón continúa endurecido como el de los fariseos y doctores de la ley, seremos incapaces de discernir la voluntad y accionar de Dios y frustraremos sus planes de salvación. Como ellos, hacemos contrario de lo que Dios propone. Persistimos en jugar nuestro propio juego. El reproche que nos hace Jesús en este pasaje es, precisamente para que asumamos nuestros compromisos y no andemos deshojando margaritas, que ya ese tiempo paso. Es una llamada de atención para que nos, dejemos de tonterías y abordemos seriamente la decisión que Él nos exige.
No podemos tener todo, es preciso tomar una decisión y esta debe ser la correcta, dejando de lado la frivolidad y las apariencias. ¡Hagamos lo que corresponde en cada ocasión! Seamos consecuentes y dejémonos de excusas, que a nadie engañamos y mucho menos al Señor. No nos dejemos confundir, ni confundamos a los demás.
la sabiduría ha quedado avalada por sus obras, añade luego Jesús. Con estas palabras invita a comprobar que la sabiduría divina es la que llevó a Juan y le lleva a Él a realizar las obras que traen el reino de Dios. Más aún, Jesús hace ver que su palabra y sus actos son las obras de la sabiduría de Dios. Por medio de ellas Dios ofrece a todos, el don de su salvación. Si hemos decidido ser cristianos, pues vivamos como tales, haciendo lo que se debe, no a medias, ni a nuestro modo, porque el único modo de ser verdaderamente cristianos es al modo de Cristo. Reír cuando hay que reír, llorar cuando hay que llorar, acompañar, sacrificar, oír, resistir, luchar, entregar, participar, hacer justicia, decir la verdad, afrontar; en suma, amar. No podemos permanecer indiferentes y mucho menos haciéndonos los que no entendemos, los ajenos a las situaciones que nos presenta la vida, en las que están involucrados nuestros hermanos, a veces con serios riesgos. No se trata de sentarse a esperar que te vengan a pedir ayuda, cuando tú sabes perfectamente que así es y que muy bien puedes ofrecerla y darla. Las buenas intenciones sirven para muy poco. Hay que decir “presente” en el momento oportuno, sin detenernos a hacer cálculos de conveniencias. Eso es lo que espera el Señor de cada uno de nosotros.
Hermanos y hermanas, no permanezcamos indefinidamente en buenas intenciones” pero sin realmente comprometernos, como si no fuera nuestra responsabilidad o como si el mundo entero tuviera que conformarse con lo poco que damos, porque a comparación de otros que no dan nada, resulta bastante. Nosotros o hacemos las cosas por aparentar o conformar a los menos exigentes o según los estándares aceptables establecidos, nosotros actuamos asumiendo nuestros compromisos a fondo, porque estos son con el Señor, que es tremendamente exigente y no se conforma con medias tintas. O estamos con Él o no estamos. No hay términos medios, ni caprichos, ni engreimientos. No hay tiempo para eso. Mientras haya pobres en la tierra, mientras haya dolor y sufrimiento, siempre habrá apremio. Demos siempre, en cada ocasión todo lo que esté a nuestro alcance, sin cálculos ni medidas, teniendo en cuenta que lo hacemos lo hacemos por el Señor.
Que el Señor nos abra los oídos para escuchar su Palabra y no permanecer asombrados e indiferentes como sus contemporáneos.
Cristo los ama y yo también.
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