HAS REVELADO ESTAS COSAS A LOS HUMILDES Y SENCILLOS

 


"En aquella misma hora Jesús se llenó de júbilo en el Espíritu Santo y exclamó: "¡Yo te alabo, ¡Padre, ¡Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y a los entendidos, y las has revelado a la gente sencilla! ¡Gracias, ¡Padre, porque así te ha parecido bien! Todo me lo ha entregado mi Padre y nadie conoce quién es el Hijo, sino el Padre; ni quién es el Padre, sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar".  Volviéndose a sus discípulos, les dijo aparte: "Dichosos los ojos que ven lo que ustedes ven. Porque yo les digo que muchos profetas y reyes quisieron ver lo que ustedes ven y no lo vieron, y oír lo que ustedes oyen y no lo oyeron". (Lc 10, 21-24).

La gratitud era importante para la vida de Jesús cuando se regocijaba en el Espíritu Santo y daba gracias a su Padre. Agradecer es importante en las vidas de todos los seguidores de Jesús, porque todo lo que tenemos es regalo (1 Cor 4:7). Es el humilde quien puede recibir y reconocer los regalos y estar agradecido. Los auto suficientes no están abiertos para eso, ya que no experimentan la necesidad de lo que Jesús ofrece.

Los  72 discípulos han sido enviados por Jesús a predicar y regresan contentos por el éxito alcanzado. Jesús ser alegra y da gracias a Dios, su Padre. Movido por el Espíritu Santo, exclamó: Yo te alabo, Abba, Señor del cielo y de la tierra… Esta oración de alabanza y acción de gracias refleja la intimidad con que se dirigía a Dios, llamándole Abbá.

Esta hermosa oración de Jesús, nos dice algo sobre la relación que atesora con su Padre, a través del Espíritu Santo. Es su oración de acción de gracias, por la misión exitosa de sus discípulos que ha enviado a predicar. Jesús después les dice que realmente están benditos, al haber aceptado la Buena Nueva y al estar construyendo sus vidas en su relación con Dios

Pronunciada por Él con toda su resonancia aramea, la palabra Abbá era el modo común como un hijo se dirigía a su progenitor; los niños  le decían abbí. Es palabra inequívocamente tierna y confiada para quien la pronuncia y para quien la escucha. Quien la dice se identifica a sí mismo por su íntimo parentesco con el otro. En el caso de Jesús, expresa el afectuoso respeto con que se sitúa ante Aquel de quien procede. Hace ver que ante el misterio de Dios, Jesús siente la máxima cercanía que un hombre es capaz de experimentar.

Así trata a Dios y así nos enseña a tratarlo. Es lo más central de cristianismo. Ya no hay cabida al miedo en la relación con Dios, porque el miedo supone el castigo (1Jn 4, 18). Otra cosa es el “temor de Dios, inicio de la sabiduría” (Prov 9,10) que es respeto amoroso y obediente. Ambas cosas, amor y respeto, van siempre juntos. Jesús nos enseña a experimentar así a Dios: como ternura de máxima intimidad y a la vez altísimo Señor de cielo y tierra, más íntimo a mí que yo mismo y a la vez totalmente otro, misericordioso y justo, cuya omnipotencia está siempre a nuestro favor y es capacidad de obrar por nosotros mucho más de lo que podemos esperar y pedir.

Jesús alaba a su  Padre porque el establecimiento de su reinado, el señorío de su amor salvador sobre todo lo creado, ha comenzado ya. Su fuerza transformadora se ha desplegado e irá extendiéndose en su relación con nosotros y con el mundo. Actúa en quienes se dejan conducir por el Espíritu de Jesús y es objeto de nuestra esperanza, pues culminará en el tiempo fijado por Dios.

Este conocimiento de la voluntad salvadora de Dios es una gracia que llena de esperanza a los humildes y sencillos, pero permanece oculta a los sabios y entendidos de este mundo. Sencillos y humildes son los que ponen su destino en manos de Dios con espíritu de confianza y entrega, seguros de que Dios permanecerá con ellos para siempre, y enjugará toda lágrima de sus ojos  (Ap 7,17; 21,4). Jesús los llama “pequeños”. ¿Quiénes son los pequeños? Son los setenta y dos discípulos (Lc 10,1) que vuelven de la misión: padres y madres de familia, chicos y chicas, casados y solteros/as, viejos y jóvenes. Ellos no son doctores. Son personas sencillas, sin muchos estudios que entienden las cosas de Dios mejor que los doctores. Y los llama “¡Bienaventurados!” Y ¿por qué son bienaventurados? Porque están viendo cosas que los profetas quisieran ver, pero no logran ver. Y ¿qué verán? Serán capaces de percibir la acción del Reino en las cosas comunes de la vida: cuidar de los enfermos, consolar a los afligidos, echar los males de la vida.

No es necesario haber realizado grandes estudios para descubrir. Jesús revela que, a la gente sencilla, es decir, a aquellos que buscan la verdad con un corazón sincero y son lo suficientemente humilde como para acomodarlo. “Dichosos los ojos que ven lo que veis,” dijo Jesús. ¡Esta es una verdadera felicidad! ¡Debemos regocijarnos en la gracia del cielo que hemos recibido!  “Pero no vi nada”, es tal vez tu respuesta … En el Evangelio ver y oír es sinónimo de creer. Tener fe es ver o escuchar con el corazón. Si tú escuchas esta meditación de hoy se debe a que quieres creer más. Nunca vamos a dejar de escuchar y ver a Jesús. ¡Nunca vamos a dejar de creer! ¡Alegrémonos en la felicidad que da la fe en Jesús de entrar en la vida, la vida de Dios!

Sabios y prudentes según el mundo son, en cambio, los que nada esperan ni de Dios ni de los demás, porque ponen su confianza en su propio poder y en lo que tienen. Son los que se sirven y se guardan para sí mismos, quedándose solos al final, con sus vidas vacías y sin promesa. No reconocen que la persona humana sólo se logra a sí misma y se humaniza si se hace hijo de Dios y hermano de su prójimo. Reconocerán finalmente que han construido sobre arena.

Esta es una realidad objetiva sobre la que hoy debemos reflexionar. La piedra que descartaron los constructores se ha convertido en la piedra angular. Dios lo ha hecho posible. Los criterios de Dios son totalmente distintos a los de los hombres. Él está atento y se fija en aquello que despreciamos. Ello debe ponernos en guardia si lo que queremos es seguir a Jesús y agradar a Dios. No será posible si no somos capaces de trocar nuestros valores mundanos, asumiendo los que nos propone el Señor. En vez de poner las riquezas y el dinero en el centro, hemos de poner el amor, solo entonces seremos capaces de empezar a construir la ansiada civilización del amor. El Reino de Dios está cerca. Solo son capaces de sentirlo así aquellos a los que Dios se Revela. Porque les digo que muchos profetas y reyes quisieron ver lo que ustedes ven, pero no lo vieron, y oír lo que ustedes oyen, pero no lo oyeron.

Cristo los ama y nosotros también


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