LLAMÓ A LOS QUE QUISO



En aquel tiempo, Jesús, mientras subía a la montaña, fue llamando a los que él quiso, y se reunieron con él. A doce los hizo sus compañeros, para enviarlos a predicar, con poder para expulsar demonios. Así constituyó el grupo de los Doce: Simón, a quien dio el sobrenombre de Pedro, Santiago el de Zebedeo y su hermano Juan, a quienes dio el sobrenombre de Boanerges -Los Truenos-, Andrés, Felipe, Bartolomé, Mateo, Tomás, Santiago el de Alfeo, Tadeo, Simón el Cananeo y Judas Iscariote, que lo entregó. (Mc 3, 13-19)

El discipulado es un tema importante en el Evangelio de Marcos. Los primeros discípulos no fueron grandes personajes, pero sin embargo son llamados por Jesús para formar su primera comunidad. Un compromiso decidido a seguirlo es la cualidad necesaria. Ellos van a identificar toda su vida con Él. Con el poder de sus mensajes ellos serán los que anuncien la buena noticia.

Marcos dice que Jesús subió al monte y, estando allí, llamó a los discípulos. . Lucas anota que Jesús subió al monte, rezó toda la noche y, al día siguiente, llamó a los discípulos. Rezó a Dios para saber a quién escoger (Lc 6,12-13).  Tanto en Israel como en las culturas paganas, el monte era lugar teofánico: en él actuaba la divinidad o tenía su morada. En el monte Sinaí se reveló Dios a Moisés y le dio la Ley. En el monte Sión se construyó el templo, habitación de Dios y lugar de su culto. Con Jesús, el monte (cuya localización geográfica no aparece) adquiere un significado teológico más específico: Jesús, sustituyendo a Moisés, sube al monte para traernos la revelación última de Dios, la nueva Ley, y fundar el nuevo Israel, que renovará al antiguo. Moisés subía al monte para encontrarse con Dios; ahora, los que Jesús llama subirán a donde Él está, pues encontrarse con Él es encontrarse con Dios, Dios-con-nosotros, Dios en lo humano.

Jesús llamó a los que quiso. Llamó a los que quizo. A aquellos que amaba. Y a los que le dio la gana de llamar. La llamada es iniciativa del Señor. Nace del amor con que ama al pueblo que Dios escogió como instrumento para darse a conocer a la humanidad y ofrecer a todos su salvación. Ahora, en Jesús, esa misma llamada se hace extensiva a todos, por encima de su origen racial o su ubicación social. A todos ama el Señor y para todos tiene una llamada especial que da a sus vidas un sentido. Les marca el camino. 

Jesús los llama para una doble finalidad, para una doble misión: 

(a) Estar con él, esto es, formar la comunidad de la que él, Jesús, es el eje. La comunidad que así se forma alrededor de Jesús tiene tres características que pertenecen a su naturaleza: es formadora, es misionera y está inserta en medio de los pobres de Galilea.

(b) Rezar y tener poder para expulsar los demonios, esto es, anunciar la Buena Nueva y luchar en contra del poder del mal que arruina la vida de la gente y aliena a las personas. La predicación de la buena noticia del Reino tendrá que ir siempre acompañada de las obras liberadoras que Jesús realizaba para dar vida y crear una sociedad nueva en la que se manifieste el reinado de Dios.

Y vinieron donde él. La respuesta implica cambio de ubicación, reorientación. Quien siente la llamada del Señor ve que se le ofrece una nueva forma de ser, que consiste en imitarlo. Ve, por ello, que lo importante es estar con Él, en comunión de vida, aspiraciones y trabajo. Jesús llama de esta manera plena e incondicional porque quiere prolongarse en el mundo por medio de sus discípulos, los de ayer y los de hoy: Como el Padre me ha enviado, así los envío yo (Jn 20,21). Serán sus enviados (apóstoles).

Jesús escoge a Doce de entre sus seguidores. El verbo que emplea el evangelista Marcos es solemne: constituyó. Los primeros llamados por Él en número de doce, como eran doce las tribus de Israel, representan al Israel definitivo que Jesús va a fundar y que nace de la nueva alianza de Dios con los hombres.

Marcos dice los nombres de los doce. Son pocos para llevar el mensaje a toda la tierra. Pero es el estilo de Dios que actúa en la debilidad y pequeñez, y no se impone porque quiere que se le ame libremente. Es además un grupo heterogéneo y difícil. Gran parte de estos nombres vienen del Antiguo Testamento. Por ejemplo, Simeón es el nombre de uno de los hijos del patriarca Jacob (Gén 29,33). Santiago es el mismo que Jacob (Gén 25,26). Judas es el nombre del otro hijo de Jacob (Gén 35,23). Mateo también tenía el nombre de Levi (Mc 2,14), que es el otro hijo de Jacob (Gén 35,23). De los doce apóstoles, siete tienen un nombre que viene del tiempo de los patriarcas. Dos se llaman Simón;  dos  Santiago;  dos Judas;  uno Levi.   Solamente hay uno con un nombre griego: Felipe. Sería como hoy en una familia donde todos tienen nombres del tiempo antiguo, y uno sólo tiene un nombre moderno. 

Estos doce primeros  son figura o expresión de todos los seguidores y seguidoras de Jesús que escucharán su llamada a estar con él y enviarlos a predicar. Ambas cosas, porque una lleva a la otra. La identificación con Él y el colaborar con Él en su obra evangelizadora. El amor se pone en obras, pero éstas han de ser las mismas que el Señor realiza y al modo como Él las realiza. En el evangelio de Juan la llamada del Señor se define como permanecer en él, en su amor (Jn 15,9) porque sin mí no pueden hacer nada (Jn 15, 5).

Ellos y toda la multitud de testigos que a lo largo de los siglos se identificarán con Jesús en la vida y en la muerte, no sólo empeñarán sus personas en su obra, sino que buscarán que sus palabras, su modo de pensar y actuar pase a hacerse carne y sangre en ellos, hasta poder adoptar en toda circunstancia el modo de proceder de Jesús; más aún, hasta ser hallados dignos de compartir también su destino redentor, dando como Él su propia vida por la salvación del mundo.

Tal como a los apóstoles, cada uno de nosotros es llamado por su nombre, o está invitado a una relación personal con Jesús, profunda e íntima. Cuando lo dejamos mirarnos de esa manera tan suya de la que hablan los evangelistas, es cuando percibimos el sentido de nuestro profundo significado y valor personal. Oremos por nuestros amigos y amigas sacerdotes, religiosas(os), misioneros(as) que escucharon el llamado y decidieron aceptarlo; y por cada uno de nosotros que estamos llamados por Dios para que podamos amar a cada una/o de los demás como Él lo hace.

Cristo los ama y yo también.


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