JESUCRISTO, REY DEL UNIVERSO


Ayer domingo celebrábamos la solemnidad de Cristo Rey, fiesta instituida por el papa Pío XI en 1925. 
Con esta fiesta damos por concluido un año litúrgico y la Iglesia nos invita a contemplar a Nuestro Salvador y Redentor. 

Jesús es Rey clavado en la Cruz, su corona es de espinas y su cetro es insignificante. Es un Rey que no tiene armas, ni ejércitos preparados para defenderle porque no los necesita. Su fuerza es el amor, un amor entregado, un amor redentor y samaritano, esa es la realeza de nuestro redentor. La grandeza del Reinado de Jesús está en su amor misericordioso y, además, en cómo ha hecho las cosas:  sale a nuestro encuentro y nos llama de mil maneras para que le sigamos como discípulos que han entendido su mensaje. marcado por el amor; y que lleva hasta la Cruz. Nosotros, si queremos ser sus discípulos necesitamos imitarle y escuchar con mucha atención sus palabras y seguir su ejemplo, incluso si nos lleva a aceptar la cruz de cada día… Dios nos quiere en salida, con las lámparas encendidas y ofreciendo a todos los hermanos que se encuentran en el camino la posibilidad de participar en su banquete, en el Reino.

Jesús es un Rey pobre y rico al mismo tiempo: nació pobre, envuelto en pañales en un pesebre de animales. Vivió pobre, entre los pobres de Nazaret, con lo esencial y necesario. predicaba con lo puesto, con una túnica y no tenía dónde reclinar su cabeza. Su misión la hizo entre los pobres y predicaba la pobreza de espíritu, es decir, el desprendimiento de las cosas materiales. Y, finalmente, murió pobre y desnudo. Pero, al mismo tiempo, es rico espiritualmente: porque está revestido de toda la santidad divina, de todo el amor del Padre, de toda bondad, misericordia, mansedumbre y pureza.

Cristo quiere instaurar su reinado en la conciencia, en el corazón y en la vida de los hombres, de todo hombre. Ese es el único Cristo Rey, esa es la única victoria, reino e imperio que le importa a la Iglesia y a Dios.

Cristo quiere reinar en cada familia y poner su reinado de amor y paz, desterrando toda pelea, divisiones y egoísmo. Cristo quiere reinar en cada persona y poner su reinado de pureza y alegría, desterrando toda miseria y desenfreno moral.

Cristo quiere reinar en cada comunidad eclesial y poner su reinado de unión, desterrando envidias, pujas, murmuraciones y ansias de protagonismo. Cristo quiere reinar en cada obispo, sacerdote, diácono y poner su reinado de servicio humilde, desterrando todo autoritarismo y  ambiciones.

Cristo quiere reinar en cada persona,  sea creyente, incrédulo, ate o, agnóstico. Cristo quiere reinar en cada asilo de ancianos y poner ternura y cuidado amoroso, desterrando la ideología del descarte. Cristo quiere reinar en cada hospital y poner paciencia, alivio e interés por el enfermo.

Cristo quiere reinar en cada congreso o senado y poner su reinado de justicia y de verdad, desterrando toda explotación, venganza y ansias de dominio. Cristo quiere reinar en cada nación, instaurando su libertad en este mundo que quiere enarbolar la bandera del liberalismo; venciendo, con la fe y el amor, el egoísmo político que ha dejado millones de muertes y naciones enteras devastadas.

Finalmente, Cristo sobre todo quiere reinar en nuestra vida. Sobre nuestra mente, para que tengamos sus criterios. Sobre nuestra afectividad, para que nuestros amores sean los de Cristo. Sobre nuestra voluntad, para que nuestras decisiones sean como las de Cristo. Sobre nuestra familia, a la que debemos consagrar cada día. Hermano, hermana. No temas, da el paso para seguir a Jesús, Rey del Universo y háblale a tus amigos de tu decisión, de seguir a Jesús, de tu felicidad y paz interior.

Los Apóstoles tenían claro que no se habían equivocado al seguir al Señor y que no podían callarse, especialmente cuando recibieron la fuerza del Espíritu Santo, no podían guardar para ellos solos este enorme regalo, esta fuerte experiencia de vida y de salvación que les había sido regalada. Por eso, hoy más que nunca, entendemos el grito del apóstol Pablo sobre el compromiso misionero de cada bautizado: “Predicar el Evangelio no es para mí ningún motivo de gloria; es más bien un deber que me incumbe. Y ¡ay de mí si no predicara el Evangelio!” (1 Co 9,16).

Y ante este Nuevo Orden Mundial que nos quiere imponer sus ideologías de aborto, eutanasia, de mil y un géneros distintos. aprobados e incentivados para enseñarse en las escuelas, de manipulación genética y control de natalidad...  Cristo quiere reafirmar su Reinado verdadero, ganado con su sangre bendita. ¿Dejaremos reinar a Cristo en nuestra vida o preferimos ser nosotros rey de nuestras decisiones? ¿Qué ganamos si Cristo es nuestro Rey? ¿Qué perdemos si Él no es nuestro Rey?

Digamos: Señor, quiero gritar como nuestros hermanos mártires de España y de México cuando eran torturados: “¡Viva Cristo Rey!”. Gracias, por haberme escogido como súbdito de tu Reino. Perdóname por las veces que seguí a otros reyes: el rey de copas del placer; el rey de espadas de la violencia; el rey de oro del dinero. Prometo en este día serte fiel hasta la muerte, con la ayuda de tu gracia.

Cristo te ama y yo también


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