LA OVEJA PERDIDA


 En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: "¿Qué les parece? Si un hombre tiene cien ovejas y se le pierde una, ¿acaso no deja las noventa y nueve en los montes, y se va a buscar a la que se le perdió? Y si llega a encontrarla, les aseguro que se alegrará más por ella que por las noventa y nueve que no se le perdieron. De igual modo, el Padre celestial no quiere que se pierda uno solo de estos pequeños".(Mt 18,12-14)

San Mateo nos ofrece el tema de la oveja que se pierde. Una parábola no es una enseñanza que recibir de forma pasiva o que relegar en la memoria, sino que es una invitación para participar en el descubrimiento de la verdad. Jesús empieza diciendo: “¿Qué les parece?” Una parábola es una pregunta con una respuesta no definida. La respuesta depende de nuestra reacción y de la participación de los oyentes. Tratemos de buscar la respuesta a esta parábola de la oveja perdida. 

Hoy sin dudas, el tema de este texto no es la preocupación de perder o ganar una oveja, sino la alegría de Dios que sale en nuestra búsqueda y nos trae en sus brazos. Pensemos, en nuestro silencio interior, cuánto valemos para Dios, porque somos capaces de brindarle alegría al estar con él.

La metáfora del pastor que busca la oveja que se pierde, porque las otras 99 están bien, nos habla de la ternura de Dios-Padre, que siente y se duele de las ovejas de su pueblo, maltratadas y abandonadas por sus pastores. Dios reivindica para sí el título de pastor auténtico y lleno de cariño, y vino así a nosotros históricamente en Jesús, buen pastor de su pueblo y de la humanidad.

La parábola subraya el valor que tiene para Dios la vida de sus hijos y de manera especial su cercanía y misericordia para con los perdidos. Es, además, una defensa que hace Jesús de su propio compartimiento frente a los fariseos y doctores de la ley judía que lo criticaban por acercarse a pecadores públicos y publicanos y comer con ellos. Él dejará bien en claro que ha venido a buscar lo que está perdido y a salvarlo (Cf. Lc 19,10). Como el pastor, que va a buscar a la oveja perdida. El trabajo de Dios es ir a buscar para invitar a la fiesta a todos, buenos y malos.


Dios no tolera perder a uno de los suyos. Pero esta será también la oración de Jesús, en el Jueves Santo: «Padre, que no se pierda ninguno de los que Tú me has dado». Es un Dios que camina para buscarnos y tiene una cierta debilidad de amor por los que están más alejados, que se han perdido... Va y los busca. ¿Y cómo busca? Busca hasta el final, como estos pastores que van en la oscuridad, buscando, hasta que la encuentra; o como la mujer, que cuando pierde la moneda enciende la lámpara, barre la casa y busca con cuidado. Así busca Dios. Pero este hijo no lo pierdo, ¡es mío, y no quiero perderlo! Este es nuestro Padre: siempre nos busca. (Cf. Papa Francisco, homilía en santa Marta, 7 de noviembre de 2013


El salir en busca de la oveja extraviada manifiesta la calidad del pastor, es cualidad típica de un pastor responsable (Cf. Ez 34,11-12.16; Jn 10, 11-12). Se supone que un pastor que ama a su rebaño tiene que reaccionar de esa manera. No puede perder ninguna de sus ovejas, porque le pertenecen y valen mucho para él. Y sale además a buscar a su oveja no porque sea la más grande ni la preferida ni la quiera más que a las otras noventa y nueve, pues él ama a todas por igual, sino porque no quiere que ninguna se le pierda.

Así nos quiere Dios, nos dice Jesús. Su amor por nosotros es tan extraordinariamente pródigo, indulgente y desinteresado, que está dispuesto a hacer lo que sea necesario para rescatar para sí, porque le pertenece, a todo hijo o hija suya que necesite ser restablecido en su condición de hijo. Jesús, por su parte, estará dispuesto a llevar su amor hasta el extremo de dar su vida por sus amigos. Si su amor no fuera así, si se quedase en dar a cada cual lo que se merece, excluir al que le da la espalda, podría quizá cumplir con la justicia humana reivindicativa, pero no sería Dios. La justicia divina se muestra perfecta en la misericordia.

“Nosotros conocemos el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él” (1 Jn 4,16). Y no es que nos ame por nuestros méritos ni nos deje de amar por nuestros deméritos. Su amor es incondicional y gratuito. No nos ama porque lo merezcamos y es anterior al amor que podamos tenerle. Tampoco necesita de nuestro amor. “El amor no consiste en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó primero, y envió a su Hijo como víctima por nuestros pecados” (1Jn 4, 10). Tal vez no seremos ovejas descarriadas, pero puede ser que tampoco estemos en un momento demasiado fervoroso en nuestro seguimiento del Pastor. Todos somos débiles y a veces nos distraemos del camino recto.


Cristo nos busca y nos espera. No sólo a los grandes pecadores y a los alejados, sino a nosotros, los cristianos que le seguimos con un ritmo más intenso, pero que también necesitamos el estímulo de estas llamadas y de la gracia de su amor. Somos nosotros mismo los invitados a confiar en Dios, a celebrar su perdón, a aprovechar la gracia de este tiempo. El que está en actitud de espera y encuentro es Dios para con nosotros. Él se alegrará inmensamente si volvemos a Él.


Pero también nos enseña el evangelio a salir al encuentro de los demás, a ayudarles a salir de su desierto del alejamiento de Dios. Tal vez depende de nuestra actitud el que otras ovejas regresen al redil de Cristo. No tanto por nuestros discursos, sino por nuestra cercanía y acogida

El cristiano fundamenta sobre esta convicción su confianza básica, esa confianza sin la cual no es posible vivir humanamente ni construir una personalidad sana, valiosa, y benéfica para los demás. Sabe, por eso, que debe mostrar en su amor y entrega a los demás el amor que recibe, y se sabe capaz de amar: se ama a sí mismo porque siente amado, y Dios le ha enseñado que debe mostrarle su gratitud amando a los demás. “Si Dios nos amó así, también nosotros debemos amarnos unos a otros” (1Jn 4,11).


Alabado seas Señor por darme esta experiencia en la oración. Tú eres mi buen pastor, la clave, la fuerza, el motor de mi ser y obrar. Quiero corresponder a tanto amor. No quiero terminar mi oración siendo el mismo. Dame la gracia de asemejarme más a tu santísima Madre el día de hoy. Especialmente permite que sea un buen pastor para los demás al dejar que seas Tú quien guíe toda mi vida.

Cristo los ama y yo también


Comentarios

Entradas más populares de este blog

ADVIENTO, TIEMPO DE GOZO Y ESPERANZA

TALENTOS

DIOS SE VOLVIÓ LOCO}