PROCLAMA MI ALMA LA GRANDEZA DEL SEÑOR
En aquel tiempo, dijo María: "Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador; porque ha mirado la humillación de su esclava. Desde ahora me felicitarán todas las generaciones, porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí: su nombre es santo, y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación.
Él hace proezas con su brazo: dispersa a los soberbios de corazón, derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos. Auxilia a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia como lo había prometido a nuestros padres en favor de Abrahán y su descendencia por siempre. (Lc 1, 46-55)
Después de oír el saludo de su pariente Isabel, que la proclamó bendita entre las mujeres por el fruto bendito de su vientre y dichosa por haber creído, María dirigió la mirada a su propia pequeñez, fijó luego sus ojos en Dios, de quien procede todo bien, y entonó un cántico de alabanza.
En las Sagrada Escritura María habla siete veces. El conjunto más extendido de palabras que tenemos de María es su “Magníficat”. Esta palabra “” Magníficat” proviene del latín y significa “Ampliar”. Para acentuar, hacer grande. ¡El Deseo más grande de María, fue magnificar al Señor en todas sus palabras, oraciones, acciones, silencio y sufrimiento—en una palabra, con todo su ser!.
El Magnificat de María se sitúa en línea con la corriente espiritual de los salmos, con el mismo estilo poético de su pueblo, henchido de sentimientos de auténtica fe, alegría y gratitud. Es un himno personal y a la vez universal, cósmico. En María canta toda la humanidad y la creación entera que ve la fidelidad del amor de Dios. Es el cántico nuevo que entona la criatura nueva, hecha nueva por la muerte de Cristo y por la efusión del Espíritu Santo. El Magnificat es una síntesis de la historia de la salvación, contemplada del lado de los pobres y de los humildes, a quienes se les revela el misterio del Reino y sienten a Dios a su favor. Con el pueblo fiel de Israel, en la línea de los grandes profetas, María no duda en alabar a Dios por sus preferencias, porque “dispersa a los soberbios de corazón, derriba del trono a los poderosos, enaltece a los humildes, colma de bienes a los hambrientos y despide vacíos a los ricos
¡Veamos algunas partes que esperamos sean útiles sobre el Magníficat de María!
a) PROCLAMA MI ALMA LA GRANDEZA DEL SEÑOR: María deseaba vivir siempre este principio y Fundamento, que es precisamente esto: la llamada a alabar a Dios. La forma más alta de la oración, es la alabanza. Los coros más altos de los Ángeles han hecho esto, están haciendo esto y seguirán haciéndolo— alabando la Trinidad en el cielo. María es consciente de que todo su ser, su yo personal (“alma” y “espíritu”) es un don de Dios y a Él lo devuelve en su alabanza. Ella es consciente de que las generaciones la llamarán bienaventurada, no por méritos propios, sino por las obras grandes que el Poderoso ha hecho en ella al darle la vida y elegirla para ser madre del Salvador. Por eso no duda en recalcar el contraste que hay entre su pequeñez de sierva y la grandeza, el poder y la misericordia de Dios -el santo, el todopoderoso, el misericordioso-.
b) SE ALEGRA MI ESPÍRITU EN DIOS, MI SALVADOR: ¡María se regocija en Dios! ¡La verdadera y auténtica alegría, sólo puede encontrarse en Dios! Toda la humanidad desea sinceramente alegría, pero muchos experimentan la tristeza, porque ellos buscan la alegría en un Dios falso e ilusorio, un ídolo, un mero espejismo. ¡El Diablo fácilmente puede presentar falsa felicidad! ¡María se regocija en Dios y por lo tanto nosotros deberíamos regocijarnos también!
c) A MIRADO LA HUMILLACIÓN DE SU SIERVA: Dios ha visto la bajeza (humildad) de su esclava. El Catecismo de la Iglesia Católica subraya el hecho de que el orgullo, daña la oración. La humildad de María, fue grandeza ante los ojos de Dios. Una persona humilde reconoce que todo lo bueno que él puede hacer, viene de Dios, y todos los males es su propio hacer. ¡Que María obtenga para nosotros un corazón humilde!
d) ME LLAMARAN BIENAVENTURADA: Que gran verdad que ignoran o pasan de largo los detractores del amor hacia la madre del Salvador al que estamos invitados. Cada vez que rezamos el Avemaría proclamamos a María “Bendita”. “Bendita eres entre las mujeres…porque bendito es el fruto de tu vientre JESÚS!. cumpliendo de éste modo esa profecía que todas las generaciones la llamarían bienaventurada.
e) SU NOMBRE ES SANTO. María vive el segundo mandamiento — para mantener santo el nombre del Señor. Y que mejor manera de santificarlo que con una vida libre de pecado. que en reparación de los muchos que profanan el nombre del Señor, junto al Corazón Inmaculado de María, alabemos su santo nombre.
f) SU MISERICORDIA LLEGA A SUS FIELES. El mayor atributo de Dios es ser misericordioso. Pero la misericordia está relacionada, con uno de los Dones del Espíritu Santo: el TEMOR DE DIOS. Y, “El temor del Señor, es el principio de la Sabiduría”. María trae en su vientre al buen pastor misericordioso que va a salir en busca de la oveja perdida
y nos enseñará la alegría del Padre que recupera a su hijo que estaba muerto y regresa a la vida a su lado.
g) HA DERRIBADO DE SU TRONO A LOS SOBERBIOS Y ORGULLOSOS: En la parábola del Fariseo y el Publicano, el fariseo orgulloso, fue rechazado por Jesús, mientras que el publicano humilde y contrito, fue exaltado. A todo momento nos debemos examinar nuestras conciencias y nuestras vidas, para evitar que el polvo insidioso del orgullo, nos acidifique y contamine nuestra vida espiritual. Que María Virgen interceda por nosotros!
h) A LOS HAMBRIENTOS HA SACIADO DE SUS BIENES: Dios alimenta a su pueblo, especialmente a aquellos que tienen hambre de la palabra de Dios y el hambre por el Pan de Vida. Por eso, en sus apariciones nuestra Madre pide siempre que se construya una iglesia. Para que Jesús pueda sanarnos allí, mediante el Sacramento de la Reconciliación, pero también, para alimentarnos en la Misa, a través de la recepción de la Santa Comunión, el “Pan de Vida”. María nos enseña a vivir la Bienaventuranzas: “Dichosos los que tienen hambre y sed de santidad, porque serán saciados”. (Mt.5: 6). Que Nuestra Señora de la Eucaristía, nos ayude a tener hambre de lo que realmente importa: ¡la oración, la santidad, la Eucaristía, (el Pan de Vida) y nuestro hogar celestial!
i) AUXILIA A ISRAEL, SU SIERVO! Los seguidores de Jesús somos el nuevo pueblo de Dios, llamados a ser verdaderos siervos los unos de los otros. Jesús dijo con gran claridad: “El Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar Su vida en rescate por muchos”. En la Última Cena, Jesús demostró el papel de sirviente cuando Él, vertió el agua en los pies de Sus discípulos y les dijo que amaran. ¡El más grande de los mandamiento es, amar a otros como yo os he amado!
j) COMO PROMETIÓ A ABRAHAM Y A SU DESCENDENCIA POR SIEMPRE. Abrahán es el Padre de la fe. María es la mujer de fe. Incluso cuándo María se quedó debajo de la Cruz de su sufrimiento mientras su Hijo iba muriendo, nunca vaciló su fe. María nos enseña a ser agradecidos por la fe que hemos recibido libremente como un regalo, no solo cultivar la fe, sino también, a crecer en nuestra fe. Una de las maneras más eficaces para crecer en nuestra fe, es compartir nuestra fe con otros. ¡El misterio de la Visitación, nos enseña a través del ejemplo de María, que nuestra fe debe ser compartida por palabra y ejemplo de caridad activa!
En resumen, el Magníficat de María es una oración modelo para todos nosotros. San Luis de Montfort también sugiere que esta oración puede servir como un excelente medio, para dar gracias a nuestro Señor Jesucristo, después de recibirlo en la Sagrada Comunión! ¿Qué mejor manera de alabar al Señor Eucarístico, que a través del Corazón Inmaculado de María!
”.
Que este bello himno/cántico de alabanza que estalla desde el más puro e Inmaculado Corazón de María, nos sirva de modelo en nuestra propia vida de oración personal, y nos enseñe realmente alabar a Dios con todo nuestro ser porque a través de él, María nos ayuda a descubrir el sentido de nuestra vida. Por eso, la Iglesia entona todas las tardes el Magnificat, como el reconocimiento de que Dios cumple siempre su promesa. En Él laten los corazones de los que saben reconocer en sus vidas la acción de Dios, brota del corazón de quienes saben escuchar a su Dios.
Cristo te ama y yo también.
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