SOBRE JESÚS EUCARISTÍA
Ven a mí. Si estás cansado. Si sientes que no puedes más. Si los días te vencen un poco. Si te agobia el trabajo, el presente, o el futuro. Si no encuentras sentido a lo que haces. Si a veces tienes ganas de tirarlo todo por la borda. Si el evangelio es demasiado exigente. Si no sabes amar bien. Ven a mí. Y yo te aliviaré. Mi palabra será caricia. Mi silencio será música. Mi ternura será refugio. Pasa un tiempo conmigo y aprende de mí. Porque yo también llevo mis cargas. También yo me veo enfrentado con la necesidad de amar, siempre más. Con el dolor del mundo. Yo también tengo días grises. Pero soy manso y humilde de corazón. ¿Qué quiero decirte con eso? Que no me convierto en el centro de todo. No hago dramas en exceso. Lo pongo todo en manos de mi Padre. Y Él me da el descanso. Porque, a la luz de su amor, mis cargas son ligeras… (Adaptación de Mt 11, 28-30, Rezandovoy)
La Eucaristía es el corazón de la Iglesia, el misterio más sublime de la fe católica, el punto más alto de unión con el Señor al que el alma puede aspirar. Es la presencia del mismo Cristo en medio de nosotros y con nosotros. El mismo Señor se nos presenta bajo la especie del pan: “Yo soy el pan vivo bajado del cielo. Si uno come de este pan vivirá para siempre. El pan que le voy a dar es mi carne por la vida del mundo” (Jn. 6, 51). El nos solícita a reconocerle, a acogerle y a alimentarnos de El para que no nos falle la alegría de vivir y la fuerza de servir.
Y, después de la Santa Misa, no hay nada que podamos hacer en nuestra vida que sea tan importante y que nos produzca mayores gracias que adorar a Jesús en el Santísimo. Cuando vamos a visitar a Jesús, nos encontramos física y verdaderamente con Él… y es Él quien quiere transformarnos y hacer de nosotros, como diría San Pablo, “nuevas criaturas en Cristo Jesús”. ¡Si solo pudiéramos comprender esta realidad!
El Santo Padre nos dice que la fe nos ayuda a comprender que es Jesús mismo, presente en el Santísimo Sacramento, quien nos llama para que pasemos una hora especial en Su presencia. Es triste ver como muchos ignoran este llamado, que a veces llega a convertirse en un grito suplicante de Quien dio su vida por nosotros y nos espera para regalarnos todo su amor. Jesús nos está mirando desde el sagrario, pero mucha gente tiene miedo de acercarse a EL. Quizás lo ve como el Señor de la justicia y npo como el Señor de la misericordia. Quizás tienen miedo de sus reproches por los pecados de su vida pasada, por el tiempo que se han alejado de las prácticas religiosas o, simplemente, porque no quieren complicarse la vida y tienen miedo a sus exigencias. Por eso, cuando algunos van a la iglesia, procuran colocarse en los últimos lugares, prefieren mantener distancias por si acaso... Quizás quieren ser buenos, pero sin complicaciones al mismo estilo del joven rico. No están dispuestos a dejarse absorber por Dios ni seguir sus mandamientos, prefieren vivir su vida. Y así viven en la indiferencia, sin darse por aludidos, cuando El los llama.
Jesús es Dios, y como Dios, todo en Él es perfecto… todo es puro… todo es santo. Jesús no precisa de nosotros, pues no hay nada que podamos darle que Él necesite, ni nada que podamos decirle que Él no conozca. ¡Jesús está ahí, oculto en ese pedacito de pan, sólo por amor a ti! Es Dios, que se quedó en la Eucaristía para darse a nosotros. Para ser nuestro alimento y llenarnos de su amor, que sana y transforma. Pero para recibir sus gracias tenemos que ir a reunirnos con Él. No necesitamos de oraciones especiales ni ceremonias formales, solo nos basta con acercarnos a Jesús con humildad y confianza, sin esperar nada, pero esperándolo todo de Él. Si le abrimos nuestro corazón, Él se nos da por entero.
Sin embargo, cuchas veces nos desconcierta el silencio de Jesús en el sagrario. Vamos con toda ilusión a contarle nuestros problemas y a pedirle por nuestras necesidades... Y el silencio es la única respuesta. Quizás nos pasemos toda una noche en adoración ante Jesús Eucaristía, buscando una solución, pidiendo una gracia... Y las cosas siguen igual o peor.
Entonces, puede surgir en nuestro interior la duda y el desaliento. ¿Estará realmente Jesús ahí? ¿No será todo fruto de mi imaginación? ¿Será cierto lo que dice la Iglesia Católica? ¿Por qué no buscar respuesta en otra religión? Y Jesús sigue callando, desde hace veinte siglos, en la hostia consagrada. Jesús calla en la Eucaristía como calla ante tantas injusticias y asesinatos, como calla ante tantos que lo insultan y blasfeman, y quieren ver desaparecer su Nombre de la faz de la tierra. El silencio de Dios es algo que no podemos comprender fácilmente. Dios es Aquél que calla desde el principio del mundo (Unamuno). Podríamos repetir con el salmista: Escondiste tu rostro y quedé desconcertado (Sal 29,8). 0 gritar angustiados con S. Juan de la Cruz:
¿A dónde te escondiste, Amado, y me dejaste con gemido?
Como el ciervo huiste, habiéndome herido,
salí tras ti, clamando y eras ido.
Pareciera como si Jesús quisiera esconderse a propósito para que tengamos más deseo de buscarlo. Pero lo cierto es que, aunque no podamos oírlo con nuestros oídos, tiene muchas maneras de manifestar su presencia y su amor. En primer lugar, los Evangelios nos hablan del amigo Jesús, lleno de ternura para todos. La Iglesia ratifica nuestra fe en su presencia eucarística. Los santos nos hablan por experiencia de su presencia real. Los milagros nos confirman en nuestra fe. Personalmente, puedo decir que, a lo largo de mi vida, he pasado muchísimas horas ante Jesús sacramentado. Muchas horas las he pasado sin sentir absolutamente nada, como si estuviera seco por dentro, haciendo actos de fe, repitiendo simplemente: Jesús, yo te amo. Pero, ciertamente, ha habido muchas ocasiones en que he sentido su presencia y su amor, no de una manera milagrosa o espectacular, sino de una manera sencilla, con una paz muy profunda y alegre, que anima y da fuerzas para seguir luchando y viviendo con alegría. Y esto lo pueden asegurar la inmensa mayoría de católicos que se acercan frecuentemente a Jesús Eucaristía.
Por eso, no dudes, cree, adora y ama. En el silencio y en la oscuridad irá madurando tu fe. No tengas miedo del silencio de Jesús. El te espera y te ama, aun cuando no lo sientas ni lo veas. No importa que no tengas éxtasis ni experiencias maravillosas como otros las han tenido. Dios no te ama menos por eso. Vete al sagrario y llena tu corazón de amor a los pies de Jesús, para que estés fuerte ante los problemas de la vida. Jesús te ama y te espera con su infinito amor.
No importa lo que hemos sido o lo que hayamos hecho. No importa que tan grandes son nuestros problemas o nuestras angustias. No importa si nos aflige la enfermedad o el pecado. Siempre podemos acercarnos a Jesús. ¡Él está vivo en el Santísimo Sacramento! El mismo Jesús que los Evangelios dicen que “sanó a todos los enfermos”, que calmó las tempestades y caminó sobre las aguas; que expulsó a los demonios y resucitó a los muertos… El mismo que dijo, “Vengan a Mí todos los que están cansados y agobiados, y Yo les daré descanso”. Si te sientes golpeado por los problemas, o abatido por la enfermedad, o hundido en el pecado… solo tienes que ir a Él, “el Pan Vivo bajado del Cielo”… y en su Corazón Misericordioso encontrarás la paz que tanto ansías.
Cristo te ama y yo también.
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